Texto de Javier Imbrod
Una: “Que hijos
tienes, que suerte”. Otra típica: “Menudas notas han sacado tus niños, que
suerte”. Supongo que alguna vez nos habremos topado o escuchado estas
afirmaciones, y otras parecidas.
Pero no, educar no es cuestión de suerte. Educar
significa ejercer de una forma constante en casa y fuera de ella, una
responsabilidad hacia nuestros hijos. Un marcarles el camino para cuando tengan
capacidad de decisión, tengan la suficiente confianza para transitar por la
vida.
Enseñándoles que no todo vale para obtener éxito. Que el
éxito es efímero y traidor, igual que la derrota. Y mucho menos cogiendo atajos
deshonestos por lograrlo.
Y eso, requiere un enorme sacrificio. No hay recetas
mágicas, ni fórmulas misteriosas. Es dedicación. Una lucha.
Y hoy los padres llegan demasiado cansados a casa como
para emplearse en el hogar. Y cedemos, y nos equivocamos.
Tener un mínimo de sensibilidad para observar a los
pequeños y jóvenes debe ser una constante, aunque canse: cómo están, qué
sienten… Al menos, reconocerlo para intentar poner los medios necesarios.
Para mi, educar es el equilibrio entre firmeza y cariño.
Un niño educado solamente en el cariño, lo hacemos vulnerable, frágil y
caprichoso. Un niño educado solo en la firmeza más estricta, lo hacemos
distante e incapaz de escribir una nota de agradecimiento. La teoría de los
opuestos: tirar y aflojar, una búsqueda del equilibrio deseado. Y en esa
tensión, siempre vence el amor. Nada fácil.
En definitiva, educar es humanizar.
El colegio es un complemento a esa educación, muy
importante, fundamental, pero complemento al fin y al cabo, porque la principal
tarea está en casa.
Hoy en día, debido a las obligaciones laborales de los
padres, se ha delegado en los profesores no solo la educación, sino también, y
en muchas ocasiones hasta el cariño. Y a los profesores no se les prepara para
ello, eso queda para la cosecha de cada uno. Los profesores enseñan sus
materias, y a comportarse en un aula en convivencia desde el respeto y la
tolerancia.
Recuerdo siendo niño, recién fallecido Franco, año 1975,
nos llegó un profesor a clase diciéndonos que le llamáramos Manolo, y lo
tratáramos de tu. Aquello nos hacía mucha gracia, parecía como un avance de
libertad. Tratarnos de colegas entre el profesor y el alumno, algo inaudito
entonces. Pero claro, sin ninguna madurez, ni conocimiento.
¡Qué error confundir la libertad con el respeto!. El respeto
no lo da solamente un “Don” o un “usted”, que tan bien. El respeto lo da un
comportamiento correcto.
Esta confusión generada en aquel momento fue el principio
de erosión de la autoridad del profesor que hoy padecemos. Una autoridad que
ahora se debate, y que nunca debió perderse.
Pero hay tiempo para rectificar.
Los niños tienen la mente preparada para asimilar
palabras, gestos y actitudes que vamos depositando en ellos. Siento que el
problema de educación está más en los padres que en los niños.
Mejorar la educación de los pequeños pasa porque
mejoremos la nuestra, la de los mayores.